Por: Braulio Jatar Alonso
En las primeras páginas de cualquier manual de todo dictador, aparece la tortura y el genocidio como un mecanismo para aniquilar a sus opositores e imponerse por medio del terror a la sociedad.
Franco el opresor español, tuvo el primer contacto con esta estrategia cuando se encargó de la guerra de España en Marruecos. Los soldados bajo sus órdenes cortaron narices, orejas y cabezas a sus contrincantes. Más tarde en su avance desde las Islas Canarias (donde nació mi abuelo materno) nuevamente a África y desde allí al sur de España para controlar todo el país, usó el mismo horrendo libreto en una despiadada guerra contra su propia gente. El pánico se impuso y el dictador sometió a su país por décadas. No debe sorprender que contara con Hitler y Mussolini como aliados para su empresa.
Igual procedimiento usó Fidel Castro en Cuba (lugar donde nació mi abuela materna), quien instaló al Che Guevara en una fortaleza denominada “San Carlos de la Cabaña”, en donde fusilaban a todos los que hacían contrapeso a la revolución cubana. “Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario” confesó el argentino cuando habló ante la Organización de la Naciones Unidas (ONU) en respuesta a alegaciones del delegado de Venezuela para 1964.
Los asesinatos y torturas de Franco en nombre de la derecha española y de Castro en nombre de la izquierda cubana, fueron, son y serán atroces. Tanto en la tierra de mi abuelo Cruz Alonso (España), como en la de mi abuela Julia Méndez (Cuba), millones de hombres, mujeres y niños fueron sometidos al terror por disentir del gobernante de turno. A unos los mataron y torturaron con la mano derecha, a otros con la izquierda, en ambos casos se mutilaron los derechos humanos.
Michelle Bachelet, en su condición de Alta Comisionada para los DDHH de la ONU, fue objeto de todo tipo de injurias y señalamientos durante los meses previos a la presentación de su informe sobre Venezuela. Muchos consideraban que la importante funcionaria del más relevante organismo mundial, cedería ante la tentación de taparse el ojo izquierdo para no ver lo que las manos del mismo lado han estado haciendo en la tierra de Andrés Bello. Pero se equivocaron. Y tanto la expresidenta como la ONU, dieron un contundente respaldo a la jurisdicción universal encargada de exigir respeto a la dignidad de todos los seres humanos, sin importar que bando golpee y cual grupo se golpea.
En Chile y Venezuela, al igual que el resto del mundo, la sociedad sigue absurdamente dividida, conforme a como se sentaban en la Asamblea en la época de la revolución francesa. A la derecha, los que estaban con la monarquía, a la izquierda, los que estaban con la Republica. Esa simplona división todavía se mantiene como infame justificación de atrocidades de un lado y del otro. Llegado el momento, la guillotina aniquiló a unos cuantos de ambos bandos y la sangre bañó los zapatos de todos los que estaban sentados, sin importar su ubicación.
No debe sorprender que a la muerte de Franco, el gobierno de Cuba decretara tres días de luto, aunque se encargó de que aquello pasara inadvertido para la prensa, pero el corresponsal de la agencia EFE no estaba para guardar secretos y lo hizo noticia mundial.
Las etiquetas solo sirven a los productos, los seres humanos no somos objetos, por el contrario somos sujetos, sin otra categoría que la de ciudadanos del mundo, y todo aquel que violente lo que nos corresponde como derecho natural, debe ser condenado sin importar de qué lado se sienta el verdugo ni de que lado sientan a la víctima.