La peculiar vida familiar de Albert Einstein se puede calificar de cercana a lo disfuncional. Su hija, producto de su primera unión, fue abandonada de tal forma que no se conoce su destino. Sólo unas cartas en los años ochenta del siglo XX develaron su existencia. Y con relación al último hijo del matrimonio, al ser diagnosticado con esquizofrenia, de dice que no supo más de su padre. Al final, Einstein se casó con una prima con la que no tuvo descendencia alguna.
Otro ejemplo de inteligencia concéntrica es la del famoso fundador de la muy exitosa marca Apple. Steve Jobs, al igual que Einstein, alcanzó el estado de negación con su primera hija, también producto de su primera relación. Ambos genios tenían el mismo déficit de otra inteligencia, no la cognitiva, sino una que hace más humana la vida y aún no se ha inventado una máquina maravillosa que la pueda sustituir: la emocional.
La relación de Jobs con Lisa, su propia hija, es digna de un estudio completo de trastornos de personalidad. Hasta su adolescencia, Lisa llevó solo el apellido de su madre, Chrissan Brennan, quien conoció a Steve cuando ambos cursaban la enseñanza media en California. Jobs, simplemente, se negó a la realidad de ser padre y abandonó a su esposa y al fruto de la relación de ambos.
El creador de Apple tenía 23 años, la misma edad de sus padres biológicos cuando lo abandonaron en adopción. El 17 de mayo de 1978, Brennan tuvo a su bebé. Jobs llegó días después y ayudó a ponerle nombre: Lisa Nicole Brennan. Después se desentendió. Jobs se negó a reconocer a su hija y obligado a realizarse un test de paternidad que dio positivo, el fundador de Apple firmó un documento asumiendo que era el padre.
Cuando Lisa cumplió ocho años la relación con su padre renació, aunque siempre con los altibajos de quien no se pudo recuperar por completo del abandono de sus padres biológicos. Jobs, contrario al método de ensayo y error o prueba del mundo de las ciencias, consistente en probar una alternativa y verificar si funciona, repitió con su primera hija los errores de sus padres con él mismo, sin corregir la falla. Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, o Karl Jung, el descubridor de los arquetipos humanos, soñarían con un caso similar para probar sus tesis.
Pero ser un buen científico no garantiza ser un buen hombre, ni tampoco, claro, ser feliz. Por eso, hemos de insistir en que la inteligencia es más que saber matemáticas, física o ser un genio del conocimiento; además, es la suma de todas las herramientas para sortear todas las pruebas a la que te somete la vida.
Tampoco Steven Hawkins, considerado por muchos el hombre vivo más inteligente (2017), presenta una vida familiar ejemplar. En su autobiografía «My brief history», el astrofísico víctima desde joven de una terrible enfermedad degenerativa de sus facultades físicas, vierte sus propias reflexiones acerca de la estrecha relación que mantuvieron su mujer y su amigo mientras todos vivían en el hogar conyugal. Un triángulo amoroso que, en un principio, le pareció lógico porque «quería que alguien los mantuviera a ella y a los niños cuando yo no estuviera», pero que con el tiempo fue suscitando agrios celos. «Fui sintiéndome más infeliz por la relación cada vez más estrecha que existía entre Jane y Jonathan. Al final no pude aguantar más la situación y en 1990 me mudé a un piso con una de mis enfermeras», dijo el científico más «inteligente» del planeta, y el matrimonio puso fin a su relación de 25 años
Tres grandes genios, tres grandes fracasos en sus relaciones con sus parejas, en algunos casos con sus hijos y seguramente con sus amigos. Por menos que eso más de uno se ha suicidado, aunque a los genios siempre les queda su maravilloso trabajo.
Extracto del libro Inteligencia Emocional en Situaciones Extremas de Braulio Jatar
Editor Reporte Confidencial / Abogado 18342 / Comunicador SNTP 8248 / Locutor 17210 / Profesor Inteligencias / Escritor / 7 libros amzn.to/2G3W6ja
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