FUENTE: EL TIEMPO LATINO : Fernando de la Rúa, dimite como Presidente en 2001, en una Argentina sumida en el caos, con cacerolazos, hambre, saqueos y el canto de guerra “que se vayan todos”. El ex presidente luego dijo: “Renuncié porque la realidad me superaba”.
Su caso no es aislado, por el contrario desde 1985 son varios los presidentes democráticos latinoamericanos, que fueron obligados a renunciar, teniendo a las protestas como primer carburante.
En Bolivia tres jefes de estado fueron depuestos por manifestaciones. Siles Suazo (1985). Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa (2005). En Brasil, Fernando Enrique Cardozo sobrevivió a los reclamos populares, pero Dilma Rousseff seria expulsada, con apoyo de manifestantes, por el Parlamento en septiembre de 2016. En Ecuador Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez fueron obligados a dimitir por la fuerza de los reclamos. En Perú ha habido, desde los tiempos de Fujimori hasta la presente fecha, una seguidilla de expulsados del poder,
La popularidad del presidente francés, Emmanuel Macron, volvió a subir luego de sobrevivir a la crisis de los “chalecos amarillos”. Su decisión de iniciar un gran debate nacional, le permitió no solo mantenerse, sino también consolidar su base electoral.
“Los presidentes democráticos se diferencian de los autócratas, en que los primeros no soportan mancharse las manos cuando son sobrepasados, los segundos se embarran de sangre hasta los zapatos. Unos renuncian; los otros buscan afianzarse en el caos”.
Carlos Andrés Pérez en Venezuela, fue arrinconado por una ola de manifestaciones y un intento de golpe de estado que se monto sobre ella y lo terminaron sacando de la presidencia. Si algo ha aprendido la oposición a Maduro, es que la manifestación violenta, a menos que logre derrocar al gobierno, es un error que se paga caro cuando te enfrentas a un gobernante autoritario. Durante los reclamos de 2016, opositores denunciaban que el propio gobierno había movido- con grúas- buses chatarra que tenían arrumados en estacionamientos oficiales, para prenderles fuego en sitios donde opositores manifestaban y señalarlos como responsables. Tal denuncia pone en evidencia que el vandalismo también beneficia a quien gobierna. El ciudadano, cuando se produce el caos, busca la mano firme de quien detenta el poder.
Daniel Ortega en Nicaragua aplastó las protestas y varios centenares de manifestantes murieron a manos de bandas armadas por el propio gobierno. En una encuesta de Gallup realizada cerca de los eventos señalaba que el 74% consideraba que la vida había empeorado, el 66% rechaza al gobierno y el 54% quiere que las próximas elecciones presidenciales se adelanten. Solo el 25% de los encuestados se alinea con el partido sandinista de Ortega. Los pésimos números de Ortega solo son superados por Maduro quien tiene una aceptación que no pasa del 20% en el mejor de sus escenarios y un grueso expediente de masivas violaciones a los derechos humanos como lo ha denunciado la ONU. Entonces ¿cómo se mantienen en el poder?
En Ecuador, el presidente anuló el decreto que eliminaba subsidio a la gasolina y en Chile Piñera, tuvo que echar para atrás el aumento del pasaje del Metro. En ambos casos, se dio el mismo patrón; en una primera fase surgen los manifestantes que reclaman legítimamente sus derechos, luego sobre ellos se montan los agitadores, después los aprovechadores, los saqueadores y es allí donde el gobierno es forzado a salir en su defensa.
Los presidentes democráticos se diferencian de los autócratas, en que los primeros no soportan mancharse las manos cuando son sobrepasados, los segundos se embarran de sangre hasta los zapatos. Unos renuncian; los otros buscan afianzarse en el caos.
“En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces”. Winston Churchill
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