Dios interno Dios Externo: En la física nuclear la fusión de la fuerza forman un núcleo más pesado.
Para algunos religiosos Dios creó todo lo que conocemos en siete días de manera milagrosa; sin embargo, la ciencia trata de explicar el origen del Universo a través de la teoría del Big Bang o gran explosión. De forma sencilla, esta teoría señala que durante el primer segundo o menos del Universo, se formaron los protones, los neutrones y los bloques constituyentes de los átomos. Cuando los fotones (partículas mínimas de energía luminosa) chocaron y convirtieron su energía en masa, se produjo un cambio de temperatura que fue solidificando esa energía en materia. Y desde entonces el Universo no ha dejado de expandirse.
A tal conclusión se ha llegado poniendo la película del crecimiento del Cosmos a la inversa, es decir: que de lo inmenso se llega a lo ínfimamente pequeño; y, esa unidad o singularidad imperceptible, es un punto de materia que al explosionar, produjo el Universo que aún sigue en crecimiento.
Para textos como la Biblia la explicación es bastante más simple, casi un cuento para niños: Día uno; Dios creó Noche y el Día; en el dos; le tocó al Cielo y Mar; en el tres, hizo surgir la Tierra y Vegetación; en el cuatro, Estrellas, Sol y Luna; en el cinco, surgieron el Mar junto con criaturas, incluyendo peces y aves; en el seis, animales y la Humanidad; y en el siete y último, se produjo el descanso de la Creación, la cual se había completado en tan sólo seis enigmáticos y primigenios días. Las fuerzas del Todopoderoso hicieron todo el universo.
Para Stephen Hawking, quien a decir de muchos es la persona viva más inteligente (2017), el Universo se creó solo, absolutamente solo; es decir: se dio origen a sí mismo, lo que en teología se denomina creatio ex nihilo, o sea nació de la nada, no necesitó creador, porque no existía tiempo en el que existiera. El Universo, antes del famoso Big Bang era un infinitesimalmente pequeño e infinitesimalmente denso agujero negro. No existía el tiempo, ni la materia, ni la energía, todo se creó tras el Big Bang, no se puede ir más atrás porque no existía nada antes de esa explosión originada por la fusión de fuerzas. Es decir que cuando hablamos de energía hablamos de fuerza, y cuando hablamos de fuerzas hablamos del Todopoderoso. Las cosas en física y religión se empiezan a parecer.
En la física nuclear la fusión de la fuerza es el proceso por el cual varios núcleos atómicos de carga similar se unen y forman un núcleo más pesado. Simultáneamente se libera o absorbe una cantidad enorme de energía, que permite a la materia entrar en un estado plasmático, es decir propiedades diferentes de las de los sólidos, líquidos y gases, por lo que es considerado como otro estado de la masa. En el caso más simple de fusión, en el hidrógeno, dos protones deben acercarse lo suficiente para que la interacción nuclear fuerte pueda superar su repulsión eléctrica mutua y obtener la posterior liberación de energía. En la naturaleza ocurre fusión nuclear en las estrellas, incluido el Sol. En su interior las temperaturas son cercanas a 15 millones de grados Kelvin. Por ello a las reacciones de fusión se les denomina termonucleares. La fusión de fuerzas a la que hacemos referencia en este libro es la que se logra con la integración del Dios interno con el Dios externo. Su integración produce otro estado en ti, uno superior, una iluminación de tus capacidades y virtudes.
Independiente de la postura que usted tenga, a las que podemos sumar unas cuantas más, lo absolutamente irrebatible es que un órgano como el que usted tiene en su cabeza -suponemos-, al que llamamos cerebro, que no pesa más de 1.5 kilos, y con un volumen de 1130 cc en mujeres, y 1260 cc en hombres, es capaz de producir ideas y realidades que nos permiten especular hasta en algo tan infinito como Dios o el Universo, con tal capacidad creativa que ha convertido lo inalcanzable en realidades. Y es ese órgano, diminuto en tamaño pero inmenso en potencial sabiduría, el que nos enfrenta a la interminable dicotomía entre el saber irrefutable y la adoración al ser celestial que paradójicamente, no pueden someter a ningún método científico de comprobación.
El ver y el creer se juntan en esta maravillosa masa que nos permite a través de nuestros pensamientos, lograr respuestas tan contradictorias unas de las otras, y que hace casi imposible comprender cómo esa masa amorfa con más de 100 billones de células nerviosas, mayoritariamente células gliales y neuronas, puedan explicar lo que existe y adentrarse en lo que no existe o pudiera no existir pero aun imaginar.
Esta pieza tiene una capacidad de tal magnitud que, como veremos más adelante cuando hablemos de niños prodigios, advertiremos como la inteligencia, entendida como capacidad de resolver problemas o desarrollar habilidades, trasciende a un aprendizaje previo y, es posible tocar piano con absoluta versatilidad siendo un niño de cinco años sin nunca haber tenido contacto con una partitura, es decir un cerebro con conocimiento ex nihilo. ¿Existe una inteligencia cósmica que nos rodea y que logramos hacer nuestra a través de conectores similares a las que comunican a las neuronas? O, por el contrario, esa sabiduría universal, ¿es la expresión del Dios externo, que se hace presente en distintos momentos y espacios?
Niños capaces de llegar a este mundo sabiendo matemáticas; hablando varios idiomas o tocando con destreza el violín; sin haber tenido contacto anterior con el álgebra; los instrumentos musicales o con un libro sagrado como el Corán y la Biblia; y, sin embargo, pueden recitar todo o parte de su contenido, ¿son en realidad la alineación de las fuerzas externas con la interna? ¿Cómo podemos explicar este fenómeno sin intuir que existe en ellos algo previo a su propia conciencia, pero que se desarrolla dentro de su propio ser?
Nuestra forma de ver el principio del Universo, es similar a una interrogante tan simplona como incontestable: ¿qué fue primero el huevo o la gallina? No importa cuántos razonamientos científicos, racionales o lógicos hagamos de un lado o del otro, al final la respuesta no va a satisfacer a todos a pesar de que estamos hablando de algo que simplemente va a terminar en una sopa o como desayuno.
Y, es así, porque todo inicio empieza con la palabra principio y un debate parecido al pleito entre niños o parejas cuando aquello de “él empezó”, que arranca una rueda girando dentro de una espiral de conjeturas que llevan el debate a una historia sin comienzo y, en consecuencia, con difícil final. Preguntarnos cuando empezó todo, es abrir las puertas a un debate de larga oxigenación: ¿qué día nos empezamos a amar?; o ¿qué día nos dejamos de querer? Siendo una pregunta espacio temporal entre tan sólo dos personas, y no tiene una respuesta coincidente. De igual forma, nos podemos preguntar sin respuesta posible: ¿cuándo y cómo se descubrió la rueda?; o ¿quién, cuándo y cómo llegamos a controlar el fuego? Preguntas que deberían tener una respuesta precisa y no la tienen, hace posible pensar que cuando hablamos de la energía interna y externa que se nos da y que rodea nuestra existencia, tampoco podemos responderla sin dudar en sus conclusiones y efectos.
Al igual que el huevo y la gallina, las interrogaciones relacionadas con el principio y el fin de todo, no tienen respuesta definitiva. En el caso de la Biblia cuando nos señala que Dios se tomó seis días en crear todo lo que existe, es fácil preguntarse: ¿por qué, quien tiene todo el poder del universo, no lo creó en un solo día, o en un chasquear de los dedos?; ¿qué días eran esos, si todavía en el primero no se habían creado el Día y la Noche? Tales preguntas nos llevan a un interminable debate, que sólo tiene una respuesta en nuestra afirmación: ¡creer para ver! No hay otra forma de resolver la ecuación existencial.
Ya dijimos con sobradas razones que, dentro de la espiral sin fin de la rueda de las conjeturas girando a toda velocidad, a cada respuesta volvemos a una nueva pregunta. A la teoría de la gran explosión viene la interrogante a los científicos: ¿Cómo se originaron los protones, los neutrones y los bloques constituyentes de los átomos que produjeron el evento inicial?; y a los creyentes, por su parte, les corresponderá responder: ¿Quién creó a Dios? Ambos quedarán mudos.
Nosotros, en este modesto libro, no venimos a discutir lo que puede ser debatido por los siglos de los siglos; por el contrario, venimos a confirmar lo que es sabido por siempre: existe una energía externa y una interna dentro de cada uno de nosotros. También decimos que, en la medida que la sabiduría avanza, el mismo Dios se achica: basta leer con cierta frescura los pasajes iniciales de la Biblia en su libro del Génesis, para darnos cuenta de que el fruto prohibido era el proveniente de la sabiduría: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” .
Pero también es cierto que en dónde la ciencia no llega, se posa Dios con total dominio. Es como aquello de la eterna lucha entre el Bien y el Mal; es la disputa entre la religión y la ciencia; y, es así como se nos va el tiempo; en un ir y venir de argumentos que nos llevan a nuevas preguntas y que, al final, en ambos lados se quedan sin respuestas; como ya hemos visto, es la rueda girando sin fin dentro de la perpetua espiral de las conjeturas humanas.
Libro Dios Interno Dios Externo de Braulio Jatar Alonso