En la década de los setenta, un helicóptero sobrevuela una lujosa urbanización en la capital de Venezuela. El ruido alerta a los vecinos. Sus inmensas aspas levantan el olor silvestre de calles adornadas de frondosos árboles. Incrustada dentro de una hermosa montaña, la paz del lugar se ve temporalmente quebrantada por el aleteo del ave mecánica que se posa sobre un vasto jardín. La amante sale al encuentro del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Contratistas, mercaderes, corruptos y un grupo de mujeres de repuesto, observan con felicidad la escena del infiel amor.
Cuando Pérez muere, la amante y su esposa se pelean el cadáver por meses. No sabiendo que hacer con sus restos lo meten en un congelador en Miami, donde convivía con su querida. Al final se impone el deseo de la única con acta matrimonial y lo terminan enterrando en Caracas.
En los ochenta, un avión privado tajaba el hermoso cielo azul del aeropuerto de la ciudad de La Guaira a pocos kilómetros del bello valle de Caracas. Desde unos cuantos pies de altura, el viajero observa el ancho mar Caribe. Sus ojos tristes no logran animarse con el espectáculo natural. La fuente oficial informa que el presidente Jaime Lusinchi, será internado en un hospital de la ciudad de Boston para atender con urgencia un malestar de espalda. La verdad es otra, el corazón de Lusinchi ha sido cruzado por una traición. Su barragana, con venganza calculada, lo ha abandonado para casarse con otro. El hombre se niega a vivir sin su amante. Para volver, ella impone como condición, que ambos tienen que divorciarse. El gobernante postrado en una cama accede a la petición y firma papeles de una demanda contra su esposa de más de treinta años. En el libelo reclama a la primera dama: “no lavarle la ropa, ni hacerle la comida”. La esposa da la pelea y la amante aprieta. La querida es reinstalada en el palacio presidencial; y todo visitante tiene que pasar primero por su oficina. Desde el papa Juan Pablo II, hasta el más corrupto de los empresarios están obligados a cruzar la misma alcabala.
Lusinchi muere en la casa de una hija, abandonado por la querida. La mujer hasta el día de hoy pavonea su fortuna viajando a Miami, Costa Rica y el resto del mundo.
En el festín de los petrodólares, el “queridato” marcó la caída de la democracia venezolana. Las amantes se hicieron de negociados y poder político por encima de instituciones y personalidades que alertaban sobre el sonido de las arcadas que anunciaban la llegada de un inmenso vomito social.
El desorden moral puso a crujir el sistema de tal forma, que un grupo de vengadores con uniforme militar encontró el descontento necesario para terminar empujando todo al vacio y reinar desde la nada, usando el terror como lo hace la mafia, los gánsteres o los pranes en las cárceles venezolanas.
PRAN; acrónimo para “Preso, Reconocido A nivel Nacional”, se ha convertido en la representación de un país sin estado de derecho, donde la arbitrariedad, el capricho y la corrupción impuesta a la fuerza, ha permeado desde las cárceles hasta el sistema de gobierno.
El PRAN, líder negativo de centros penitenciarios en Venezuela, en algunos casos, somete con crueldad y la violencia de una bestia su población carcelaria e impone sus propias reglas; para muchos esas son las mismas armas con las que se sustenta el anti-sistema de la actual Venezuela, una especie de PRANATO gobernando a una nación entera.
El drama que vive la patria de Bolívar, tiene al “queridato” como primer acto, y el “pranato” como la continuación de una tragedia que marcó el fin de una desmigajada democracia. Amantes corruptas y delincuentes, han castigado a Venezuela igual que a Tántalo, el personaje mitológico condenado a padecer hambre y sed eternamente, ya no en la parte más profunda del Inframundo, sino también en una nación llena de riquezas.
BRAULIO JATAR
ABOGADO
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Editor Reporte Confidencial / Abogado 18342 / Comunicador SNTP 8248 / Locutor 17210 / Profesor Inteligencias / Escritor / 7 libros amzn.to/2G3W6ja
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